sábado, 18 de junio de 2011

CRÓNICA : TODO POR UNA DROGA

TODO POR UNA DROGA
Erase sábado 6:00 P.M. uno de esos atardeceres diferentes a los otros días, en lo que se presencia que algo raro va acontecer; El bullicio del equipos de sonido de la caseta; el tan, tan de las campanas de la iglesia; la trasnochada de Ignacio y lindo en la celebración de la graduación de su prima luz Denia; el licor de las botellas de cervezas que refresca el paladar de los embriagados; el viaje de Bahía Solano al El Valle; la multitud de fieles creyentes católicos que nunca se habían visto en la iglesia del corregimiento; la soledad de testigos en la calle que hace el panorama confuso; los testigos de la caseta; su primo, los asesinos y la complicidad del crepúsculo del anochecer, actuando como oráculo de dolor, angustia, alboroto, algarabía, llanto, ausencia de algo que parte al más allá y destellos de balas que cierran los ojos de ese hijo de Dios, él se los abrió y un hombre se los apagó.
Todo inició cuando Nelson y Jorge se robaron de la cuevita, playa de 18 kilómetros del corregimiento de El Valle, dos pacas de cocaínas, cada una con veinte kilos, avaluadas en cien millones de pesos, mal vendida.
Aquella droga era de procedencia de un grupo de paramilitares que se había desintegrado por persecuciones de las fuerzas militares y la policía de la zona.
Los runrunes de la noticia se ventilaban con mayor fuerza cada vez más, hasta llegar en oídos y boca de todo el pueblo del corregimiento y de los dueños de su mercancía. La suerte de los muchachos estaba echada, contando el tiempo regresivo del reloj y de sus días, en cualquier momento los podía visitar y dilapidar la existencia de sus vidas.
Así como las noticia se propagó a gran velocidad sobre el robo de la droga, también llegó una voz aterrorizante, alertando que serían asesinados por alguien cercano, conocido y del pueblo.
Los desplazamientos de Ignacio se hicieron más frecuentes, del municipio de Bahía Solano al corregimiento de El Valle, para pedir su tajada de la droga, en esta tónica estuvo cinco meses larguitos, generándoles a los rateros herramientas de juicios, zozobra y repelo para matarlo.
Un día antes de la víspera del difunto Ignacio, celebraron con bombos y platillos el sueño realizado de su prima Luz Denia, graduada como normalista en etnoeducación, título obtenido con esfuerzo, sacrificio y empeño en la labor cumplida... Quién pensaría que el día siguiente se iba a desenfrenar la agonía de un llanto desconsolado por la partida de un ser querido, que jamás se volverá a ver, sólo sus fotografías alimentarán los recuerdos que existió y existe en los corazones y pensamientos abstractos de sus familiares y amigos.
Al comenzar el crepúsculo del atardecer del sábado, quién pensaría que Ignacio encontraría la muerte, después de toda una noche y el día de rumba, mujeres, pases de cocaína, tragos de ron, risas, alegrías, abrazos, apretones de mano, felicitaciones, cervezas frías y al climas...
Al llegar Ignacio y su primo Lindo a la caseta de Servelion, había tres hombres inundados en licor, entre ellos un profesor, se sentaron oliendo a muerte, susurraron entre risas, palabras en los oídos, como queriendo decir algo de alguien, esto sucedió en un lapso de tiempo de diez minutos, despidiéndose, lo más seguro de su primo querido, su primo no lo entendía pero la muerte sí. Se acercó sin ninguna malicia donde los que serían sus asesinos, a pedirles su parte de droga, inmediatamente contestaron los jóvenes que estaban bien embriagados, vayámonos para la casa, salieron los cuatro desfilando, como presenciando lo que iba a pasar, al salir de la caseta Ignacio trató de agarrar a uno por atrás, siendo infructuoso cogerlo, sus últimos días estaban contados, él sentía su muerte, el corazón se la pausaba, la falta de oxigeno lo asfixiaba, había llegado la hora tan anhelada.
Al observar Nelson y Jorge lo sucedido, desenfundaron sus revólveres, descargándole las balas en la cabeza y el pecho, por fin había llegado ese día incierto que da pinceladas en la memoria de la historia. Había llegado su hora, él lo expresaba, lo sentía pero nadie lo entendía, también la campana de la iglesia, la multitud que asistiría a la seis de la tarde a la iglesia y su primo que lo vio todo. Salieron como alma que lleva el diablo, uno adelante y el otro atrás, perseguido por la conciencia y el primo de Ignacio, lo vieron las calles correr, la sangre fue testigo de la muerte. Repentinamente del consciente de Lindo nace una voz interna, ¡por qué no tengo un revolver, todo sería diferente, vengaría la muerte de mi primo! Pero tuvo que retirarse porque un disparo al aire le hicieron. Ellos huyeron y un día cualquiera a la inspección de policía se entregaron.
Autor Adel López Dávila.

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